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ORUMILA

                            OYÁ DEFIENDE A ORULA


Orula tenía tantos enemigos, que todos los días se veía obligado a andar en trajines de sacrificios para buscar el favor de los orishas. Pero mientras más hacía, más enemigos le aparecían. Un día, Oyá fue a verlo y le dijo:
–Consígueme dos canastas y una guadaña y si lo que yo voy a hacer da resultado, me conformo con que me regales una gallina.
Con los implementos que había solicitado, Oyá salió a la calle y comenzó a cortarle la cabeza a todo el que era enemigo de Orula.
Al ver aquello, Orula le pidió que detuviera la matanza ya que él no estaba de acuerdo con el método. Oyá le respondió:
–Está bien, yo me detengo; pero tienes que pagarme lo prometido, porque cuando uno tiene tantos enemigos no hay otra solución, al menos, que yo conozca.

                            OGGÚN CONTRA ORULA


Ogún tuvo un disgusto con Orula a causa de Oshún, la dueña de la feminidad y la dulzura, que lo había abandonado para irse a vivir con el adivino.
El dios de los herreros se reunió con varios de sus hijos y les ordenó quemar la casa de Orula, la que podrían identificar ya que era la única en el pueblo que tenía un gallo amarrado en el patio.
Como todas las mañanas, Orula se había registrado la suerte con su tablero y el oráculo le había aconsejado que soltara el gallo, cosa que hizo sin demora.
El gallo, al sentirse libre, estuvo revoloteando por los alrededores hasta que fue a caer en casa de Ogún. De esta suerte, los aguerridos hijos del forjador, al verlo ahí, creyeron que era la casa que les habían ordenado destruir y, sin más reparos, la incendiaron.

                                          ORULA


Cuando Orula nació, Obatalá, que estaba furioso por el incesto de su esposa Yemú con Ogún, su hijo, se llevó al niño y lo enterró lejos de la casa debajo de una ceiba.
–El siguiente hijo de aquel matrimonio fue Shangó; era un niño tan hermoso que Obatalá no pudo hacerle daño y se lo entregó a Dadá, la mayor de sus hijas para que lo cuidara.
Dadá llevaba a Shangó todos los días a ver a su padre. Como era muy despierto le llamó la atención que su madre estuviera siempre llorando. Le preguntó al padre, quien, un poco hoy y otro mañana, se lo contó todo y sembró en él un odio fiero hacia Ogún.
Obatalá se ponía cada vez más viejo por lo que se le olvidaban las cosas. Un día, cuando Shangó era ya hombre, Eleguá le pidió que le hablara al padre sobre Orula. Cuando conversaron sobre el asunto, Obatalá se sintió muy apesadumbrado por lo que había hecho con el pequeño Orula, pero Eleguá le afirmó que había visto en un lugar unhombre enterrado hasta los brazos debajo de una ceiba y que él le había llevado comida.
Obatalá fue en busca de su hijo y le imploró perdón. Luego le pidió que volviera a la casa, pero Orula se negó y alegó que la naturaleza le había proporcionado todo lo que él necesitaba para profetizar. El padre, en desagravio, tomó madera del árbol y le construyó un tablero: –Desde hoy –le dijo– todos los hombres tendrán que consultar contigo.

 

                           ORULA VA A LA GUERRA


El pueblo le declaró la guerra a Olofin e instaron a Orula a que participara con ellos.
Orula asintió pero puso una condición: llevaría un caldero con su comida por si le entraba hambre por el camino. Así partió con el ejército que atacaría el palacio de Olofin.
Como el caldero era grande y el sabio lo arrastraba con una soga, se enredaba constantemente en la maleza. Esta fue la causa por la cual Orula se quedó rezagado.
Ogún, que había acudido en ayuda de Olofin, desarrolló una de las matanzas más grandes de las que se tenga noticia.
El último en llegar fue el adivino y Olofin, muy intrigado en saber cómo Orula se había atrevido a participar en la revuelta, lo llamó.
–A mí me obligaron, Babá –dijo Orula–, pero como sabía lo que pasaría, lo que hice fue traerle comida para usted en este caldero.
Olofin lo perdonó y lo dejó encargado de todos los asuntos del mundo.

                                      ORULA E IKÚ


Olofin estaba ya viejo y muy cansado. “Tengo que abandonar las cuestiones del mundo”, pensaba constantemente. Fue así que un día decidió: “Voy a llamar a Orula y a Ikú a ver cuál de ellos elijo para sustituirme.”
–He decidido dejar los problemas del mundo –dijo Olofin–, y uno de ustedes dos deberá sucederme. Por eso los voy a someter a una prueba. El que soporte tres días de ayuno demostrará que es capaz de sustituirme.
Ikú y Orula se fueron del palacio de Olofin, dispuestos a permanecer tres días sin probar bocado pero al segundo día Eleguá se apareció en casa de Orula.
–Orula, estoy muerto de hambre, ¿por qué no me das algo de comer?
Orula comenzó a prepararle un akukó a Eleguá, pero fue tanto el apetito que se le abrió, que casi sin pensarlo mató una adié y la cocinó para él.
Después de la opípara cena, ambos se quedaron dormidos, no sin antes limpiar esmeradamente los calderos y enterrar los restos en el patio.
Aprovechando el sueño de su contrincante, Ikú –que también tenía mucha hambre– se llegó a casa de Orula y comenzó a registrar la cocina. Como allí no encontró nada, registró en la basura donde tampoco pudo encontrar ningún rastro de lo que había sucedido.
Eleguá, que duerme con un ojo cerrado y el otro abierto, no le perdía ni pie ni pisada al ir y venir de Ikú.
Al fin Ikú se puso a registrar en el patio y como vio la tierra removida, escarbó hasta que encontré los huesos de la adié y del akukó y comenzó a roerlos con afán. Fue el momento que aprovechó Eleguá:
–¡Ikú, así te quería agarrar! Ahora se lo voy a contar todo a Olofin.
Por eso, Orula es mayor que Ikú.


                            SÓLO ORULA ES TESTIGO


Cuando Obatalá concluyó la creación del primer hombre, Olofin convocó a todos los orishas para que estuvieran presentes en la ceremonia de darle el soplo vital. Todos se arrodillaron e inclinaron la cabeza en aquel sagrado momento, solo Orula, al cual Olofin tomó como ayudante por su reputada seriedad y sabiduría, pudo ver cómo Olofin ponía el Eledá en Orí.
Terminada la ceremonia celebraron el acontecimiento, entonces Olofin dictaminó: “Solo Orula fue testigo de la acción que he realizado, por eso cuando el hombre quiera conocer su Eledá, el será el encargado de comunicárselo.”

 

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